{ Dicen que cada molécula de nuestro cuerpo perteneció alguna vez a una estrella. Quizá no me esté yendo. Quizá este volviendo a casa. }

Gattaca.

Aunque esta vez si no respiro es por no ahogarme



3.6.13

Los chicos que podrían haber sido, pero que nunca llegaron a ser.



Me gustaría decir que no recuerdo aquella noche. Que yo no estaba allí. Me gustaría gritar que yo ya era un fantasma antes de llegar a vuestro hogar. Pero en aquel momento solamente me gustaba observar.

En el campamento no estalló el ajetreo porque no había un porqué. Todos sabían que erais demasiado pocos, que era demasiado fácil, que era demasiado simple. (¿Qué era? ¿Qué es?). Vosotros mismos lo decíais: algo simple y rutinario. Sabíais muy bien lo que había que hacer y eso casi me arrancaba una sonrisa de los labios a la fuerza. Se os veía tan seguros y tan frágiles con vuestras botellas de agua con la etiqueta rasgada y vuestros botes de espaguetis con tomate que sonaban a premio y auguraban una buena operación. Ni siquiera necesitabais esa aura mágica que os daban las hogueras nocturnas y los recitales de poesía que os permitían viajar a casa. Porque sabíais muy bien dónde estaba vuestra casa. Había un hogar y aquel hogar estaba entre camisas verde militar, costillas y chapas de metal.

Teníais el pelo largo y nadie se había molestado en poner orden. También teníais la sonrisa del veterano y más de un año en la línea de fuego. Lo que no se veía era que teníais en la espalda las cicatrices del polvo y las vértebras marcadas, la sonrisa cansada y las ojeras rotas. Pero erais, seguíais siendo.

Aquella tarde estabais todos muy ocupados. Podía seguir vuestros movimientos atareados yendo de un lado a otro del campamento. En la distancia se distinguían algunas siluetas desdibujadas practicando en la pista de tiro, apostillados ante las casetas algunos de vosotros limpiabais el equipo mientras tarareabais melodías que sonaban a romper el caramelo con una cuchara o a caja de recuerdos antigua. Incluso pasasteis las últimas horas revisando un plano sucio que os dejaba tierra roja en las manos y os manchaba la cara, cerciorándoos de que quedaba clara la estrategia. Después os permitisteis unos minutos de alivio y unas risas nerviosas, que decayeron en cajas de galletas saladas vacías y una acalorada discusión amistosa. La noche se abalanzaba sobre vuestras cabezas y os cubría como un manto despiadado, pero vosotros parecíais no percataros de que la oscuridad llegaba y seguíais hablando. Poco a poco podía ver como os retirabais a descansar, preparados para la operación que podíais sentir en las yemas de los dedos. No estabais nerviosos y hasta el último cabo lo sabía, hasta la última estrella lo presentía. Erais demasiado perfeccionistas como para dejar que os atenazase el miedo la víspera de una misión que, a pesar de su simplicidad, seguía siendo vuestro trabajo. Sin embargo, todos lucíais una sonrisa aquella noche.

Todos menos el francés. Él estaba demasiado ocupado venciendo al insomnio, como cada noche antes de una operación, que casi me perdí el brillo metálico de la linterna contra sus ojos cuando hablaba palabras que me sonaban mudas con aquel soldado de rizos oscuros. No, el francés no sonreía.

Nadie se iba a dormir realmente en el campamento, pero después de unas horas de descanso considerasteis apropiado calificar aquella hora como la mañana siguiente. Así que os vestíais con capas y capas de equipo y os dejabais caer por el comedor con semblante calculador y una media sonrisa escondida entre los pliegues de la ropa. Hablabais un poco con los altos cargos, ultimabais los detalles, lo dejabais todo preparado con la conciencia del trabajo bien hecho y del deber. Estabais allí por algo. Pero no paraban de repetiros que aquello era algo rutinario y que tendríais el apoyo detrás, así que cinco minutos antes de montaros en los jeeps tampoco estabais nerviosos. Nada podía pasar cuando Kumi conducía y Babyface os contaba historias llenas de pecas ahogadas por el rugido de la goma contra la tierra del camino.

El silencio os sellaba los labios cuando llegasteis al distrito vacío que debíais tomar. Comprobasteis el equipo, las radios, las espaldas y, cuando tuvisteis el visto bueno, avanzasteis con paso firme y las armas en ristre, dejándoos la columna contra las paredes y recibiendo instrucciones a través de una voz entrecortada. El almacén al que intentabais llegar estaba bastante lejos y no os quedaba otra que ir a pie pero, con los músculos en tensión y el sol tostándoos la piel, avanzabais con seguridad. Hasta que un estallido y un pitido continuo saliendo de las radios os hizo deteneros en seco, mientras os cubríais como os habían enseñado mucho tiempo atrás y aguantabais la respiración. No se escuchaba nada más que el zumbido de la estática saliendo de los aparatos y os visteis obligados a avanzar más. Intercambio de miradas; verde contra azul contra gris contra marrón. Todas ellas reflejaban conocimiento, la seguridad de lo que había que hacer en esos casos. Pero seguíais teniendo dos opciones sobre la mesa: deshacer el camino o acatar las órdenes y pensar solamente en vuestro objetivo. Todos vosotros estabais preparados para aquello.

Lo que no sabíais era que estabais perdidos. Que el escuadrón de apoyo se encontraba en una encrucijada, que vuestros siete fantasmas estaban en el punto de mira. ¿Cómo ibais a saberlo si estabais demasiado ocupados haciendo vuestro trabajo? Así que avanzasteis sin añadirle demasiado dramatismo a la escena que se había torcido de la peor manera y os quedasteis contra los escombros de un edificio traficando con palabras clave y silencios sordos. El almacén, fuera de vuestro campo de visión. Sombras al otro lado y un juego de niños para ver quién salía primero. Y la que lo hizo resultó ser una silueta femenina de ropas claras y pelo oscuro que llevaba con ella un paquete, arropado cual niño entre sus brazos, rompiéndose los pulmones en algo que parecía un lamento y una desesperada llamada de ayuda a partes iguales. Y, de nuevo, todos supisteis enseguida qué había qué hacer, solo que esa vez se reflejaba el miedo en vuestros ojos de niños. Chavirer fue el que dio el primer paso hasta alcanzar el lado contrario sin que le alcanzasen las balas que realmente no fueron disparadas. Os mirabais entre vosotros buscando la unánime aprobación. Un rifle en ristre, una presión demasiado firme en el gatillo, un cuerpo cayendo al suelo con un ruido seco al tiempo que el artefacto a punto de estallar se hundía en una zanja. Al tiempo que seis de vosotros corríais a reuniros con el rubio de mirada plateada. Al tiempo que todo parecía saltar por los aires desde dentro y el suelo se levantaba y el cielo se volvía rojo y salíais despedidos hacia las alturas y creíais que podíais volar y decíais adiós al mundo como pájaros.

Me gustaría no recordar vuestros cuerpos enterrados entre los escombros. A veces incluso me gustaría haber podido echar a volar con vosotros.

1 comentario:

  1. Me sentí tan identificada, como si fuera yo misma la que viví ello. Gracias por los recuerdos :)

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