{ Dicen que cada molécula de nuestro cuerpo perteneció alguna vez a una estrella. Quizá no me esté yendo. Quizá este volviendo a casa. }

Gattaca.

Aunque esta vez si no respiro es por no ahogarme



2.6.13

Orgullo




No era fácil encontrar a Florent cuando la ciudad entera le pertenecía. Si uno se fijaba bien, podía hacerse una idea sobre su ruta habitual por las callejuelas de París, señalar en un mapa de metros en qué paradas se solía guarecer y trazar un dibujo con los parques en los que se le podía ver colgándose de los bancos de buena mañana. Pero eso no garantizaba nada, porque el dueño de la ciudad tenía un gran lienzo para él solo, un libro en blanco en el que dejarse caer sin prestar atención a rutinas ni horarios. Además, los días de frío complicaban las cosas, pues su melena pelirroja estaba oculta bajo la capucha de su sudadera y apagaba la llama de sus cabellos, haciendo mucho más difícil su identificación.

Pero aquel día en concreto, o Alain se sentía muy optimista o estaba convencido de que podía encontrar al joven poeta si se lo proponía. Caminaba con precaución, rodeando los lugares por los que Florent solía rondar, alejándose de las calles concurridas, acercándose cada vez más al Sena, que le arrancaba brillos plateados al cielo cubierto de neblina. Y entonces lo vio, la capucha roja sobre las orejas, el cuerpo aovillado encima del muro de piedra que separaba el paseo del río, un amasijo de colores que desentonaban, de tela ancha, de flores estampadas, de capas y capas, que daba la impresión de que llevaba puesta toda la ropa que tenía. Alain no pudo evitar una sonrisa amarga, dándose cuenta de que seguramente estaría en lo cierto. Pero se obligó a borrar aquel pensamiento de su mente y acercarse al chico que acababa de terminar una conversación con un par de transeúntes que daban la sensación de ser extranjeros.

—Al fin te encuentro —dijo a su espalda, con las manos en los bolsillos de la cazadora y un amago de sonrisa enterrado en la bufanda gris. Jamás lo admitiría, pero no sabía que decir. Las ideas se le atascaban en la garganta y las palabras se le enredaban en la lengua.

Florent alzó la cabeza, esbozando una gran sonrisa al tiempo que los mechones anaranjados le cubrían los ojos. Su mirada brillaba con un destello color avellana enturbiado por el reflejo de las nubes grises, enmarcada por enormes ojeras y pinceladas rojas bajo los párpados. No se molestó en retirarse el pelo.

—Oh, ¿así que estabas buscándome? ¿O ha sido Chloé la que te ha pedido que vinieses? —en realidad sabía que su amiga no haría algo así. Ni Chloé, ni los gemelos, ni Francis. Pero le gustaba hacer rabiar al mundo en general y a Alain en particular. Se lo debía. Florent no era alguien especialmente rencoroso y solía dejar pasar las cosas con una facilidad increíble, pero suponía que estaba en su derecho de darse el capricho de ver a Alain Louviere frunciendo el ceño con preocupación y apretando los dientes mientras seguía con los hombros rígidos y las vértebras tensas.

—Oh, yo… Bueno, desapareciste completamente, así que pensé que quizá te apetecía pasar un rato en compañía en un día así de frío. He traído comida, ¿te apetece hacer un picnic? —dijo atropelladamente al tiempo que levantaba la mano en la que llevaba una bolsa con el logotipo de alguna tienda asiática estampado en el plástico y varios paquetes dentro. A Alain, el de las palabras frías y la mente clara, el que nunca dejaba nada en el fondo de su garganta, el amante de las musas, se le había ido la voz. Porque podía ser muy bueno a la hora de dirigirse a los demás, pero siempre si estaba en su terreno. Si algo sacudía su mundo, se veía sin puntos de apoyo y su armadura caía. Algo así le pasaba con Florent ahora que se había descubierto en una situación con la que no había lidiado jamás. Y tampoco sabía muy bien como sentirse al respecto. Parte de él quería enfadarse con él, hervía con rabia, deseaba obligarle a aceptar su ayuda porque, simplemente, eso no estaba bien y tenía que dejar que le ayudase. Y Alain siempre hacía lo correcto y necesitaba solucionar las cosas, aunque le llevasen la contraria. Pero en aquel momento sabía que debía dejarlo estar, que debía respetar a Florent porque, simplemente, él se lo había pedido.

Desde su posición sobre la piedra blanca, todavía con las rodillas pegadas al pecho, frotándose la tela del pantalón con las manos desprotegidas e intentando ocultar el temblor de sus hombros, el pelirrojo alzó una ceja con una mueca de burla en su rostro.

—¿Me has traído comida china? —no pudo evitar reír, pero sonaba cansado y roto por dentro. Alain pudo llegar a escuchar sus pedazos tintineando entre su risa. Pronto su expresión se ensombreció—. De verdad, Louviere, no hace falta. Estoy bien. No tienes que hacer nada por mí. En serio.

Alain también se puso un poco más serio, apretando los dientes, frunciendo ligeramente el ceño. Pero Florent estaba demasiado cansado de hacerle entrar en razón, tanto que estaba empezando a desear que le dejase tranquilo, a pesar de que no le desagradase especialmente su espesa compañía.

—Ya lo sé, solamente me apetecía hacer algo así. ¿Es que ahora uno no puede invitar a comer a un amigo?

—¿Amigo? ¿Me he perdido algo? —Florent sonaba relajado, como si intentase quitarle importancia al asunto. No quería que se preocupasen por él de aquella forma, no quería dar pena—. Por favor, deja de comportarte así. No quiero que seas bueno conmigo porque te doy pena —después de tanto tiempo, aquello era lo que peor llevaba Florent. Después de la desesperación inicial, se había dado cuenta de que no quería la piedad de nadie. Todo el mundo le trataba de forma diferente en cuanto conocían su condición, como si no pudiesen ver más allá de la sombra de cachorro abandonado, como si toda su vida girase en torno a ello. Eso era lo que Florent había acabado por no soportar de tal forma que había construido un muro entorno a sí mismo, impidiendo que todo gesto amable le traspasase—. No lo hagas peor, ¿de acuerdo?

—Florent, al contrario de lo que pueda parecer, no te odio —el pelirrojo tuvo que aceptar la sinceridad que había en las palabras de Alain—. Ni siquiera me caes mal. Que hayamos tenido nuestras diferencias no significa que tengamos que llevarnos mal. No lo hago por ti. Lo hago por nosotros.

—Vale, vale, caballero de brillante armadura, supongo que tendré que aceptar tu oferta —aunque sonaba animado, en los ojos de Florent todavía brillaba la duda. No acababa de creer en la palabra de Alain, pero no quería darle más vueltas al asunto, y sabía muy bien que el moreno no iba a darse por vencido hasta que aceptase su invitación. Así que, con un gesto, le indicó que se sentase con él sobre el muro, con los pies colgando hacia el Sena, guiñándole un ojo castaño y dejándole enseñarle lo que le había traído. El pelirrojo cerró los ojos, dejando caer los párpados por un momento, ocultando con sus pestañas las ojeras violetas que Alain había ignorado educadamente. Porque había algo más. Podía sonreír todo lo que quisiera, podía quitarle importancia, pero Florent estaba estremecedoramente cansado. Florent se rompía.

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