{ Dicen que cada molécula de nuestro cuerpo perteneció alguna vez a una estrella. Quizá no me esté yendo. Quizá este volviendo a casa. }

Gattaca.

Aunque esta vez si no respiro es por no ahogarme



1.12.12

Hola, Coraje.



   Hubo un momento en el que Cayenne se dio cuenta de que algo iba mal en su interior. No de esa forma en la que se sentía que a uno no le aguantaba el corazón, sino que algo no funcionaba correctamente literalmente. Aunque, tal vez, después de percatarse de ello también sintiese un poco moribundo el corazón.
Lo que de verdad le dolía era el volver, el tener que alzar la barbilla y aceptar su error después de haber proclamado a los cuatro vientos que se marchaba, incluso lo había gritado desde lo más alto del Empire State building. Se había dejado la voz y la razón en dejar claro que era libre y, lo más importante, que podía cambiar las cosas.

* * *

   Estaba convencida de que podrían haberse equivocado con ella, tenía la esperanza de que hubieran confundido Coraje con Cobardía y le hubiesen echado el ingrediente equivocado, para así poder descubrirse sin ataduras y poder huir de aquella cárcel que era ella misma y el mundo en general. 

   Cuando entró en la nave ya sabía quién estaría esperándole entre los cachivaches tinteneantes y los cables chispeantes del masivo laboratorio instalado en una de las esquinas del recinto. No hizo falta más que un cruce de miradas azul hielo para que Noah comenzase a despejar la camilla, cubierta por planos y escritos que la pelirroja nunca entendió —ni quiso hacerlo—.  Ella se sentó, quitándose los guantes y el abrigo gris, sin mediar palabra. Noah podría haberle preguntado por la pérdida de su melena fogosa, o haberle limpiado las lágrimas que no tenía. Pero él no era así y Cayenne lo había aceptado hace mucho, en realidad jamás le importó.

   Siguiendo el procedimiento habitual, se quitó el jersey, se desabrochó la camisa y se sentó sobre el cuero raído, dándole la espalda al moreno. Cuando sintió sus dedos helados sobre su piel no pudo contener un escalofrío que se quedó atrapado en su espina dorsal, recordándole que, por muy delicado que era el tacto de éstos, seguían mordiendo igual. Lo que no notó fue la caricia del bisturí cortando la tersa superficie blanca, ni los engranajes de su interior girando para abrir una pequeña hendidura que se convirtió, perezosa, en un agujero cada vez más grande hacia su interior.

   Solo cuando Noah hacía eso se olvidaba de muchas cosas. Solo así podía sentirse un poco menos mecánica, un poco más real, sabiendo que alguien podía contemplar su interior.

* * *

   —¡Tú tienes un maldito problema! —las apariciones de Richard a veces eran incluso más estelares que las de la pelirroja. Y, en esa ocasión, Cayenne pensó que se llevaba la palma. De verdad podría afirmar que no se lo esperaba. Justo en el momento en el que ella se abrochaba la camisa, cual película romántica. Se merecía un premio, de verdad.


   —Te diré una cosa, Cayenne. Hace mucho que dejaste de ser el fin del mundo, ¡nunca ha girado nadie más que tú entorno a ti! Pero te has preocupado tanto en hacerme creer que no puedo vivir sin ti que, ¡sopresa! ¡ME LO HE CREÍDO!  —en lo único en lo que podía pensar Cayenne mientras él alzaba la voz era en lo sorprendentemente bien que mantenía la calma Richard. Le estaba gritando, sí, pero ni se había teñido su rostro de rojo ni se movía de un lado a otro cual amante despechado de telenovela. Tan solo se había quedado de pie clavándole los ojos castaños con tanta fuerza que la pelirroja podría jurar que ardían.

   —Y ahora te vas como la cobarde que no eres porque solo importas tú y nada más que tú, sin preocuparte mínimamente por absolutamente nada —se enredaba con las palabras, pero sonaba demasiado convincente. También gesticulaba, pero incluso sus gestos eran suaves. Uau —. Nadie.

   Podría haberle de muchas cosas. Podría haberle echado en cara que él no había sido nada antes de que Noah y ella le encontrasen. Que ni siquiera habría sobrevivido. Incluso tenía ganas de gritar y así dejarle claro de una vez por todas que no por ser menos humana era menos persona, que ella también tenía necesidades. Que odiaba el maldito futuro que habían escrito para ella. Que a veces solo quería morir. Pero, por primera vez, bajó la vista y, antes de dar media vuelta y encaminarse hacia la salida, simplemente añadió:

   —Hola, Richard. Te veo un poco más roto.

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