[...]
Solo había una persona en todo Manhattan, en toda Nueva York, con un poco menos de humildad diría que en toda Norte América, que pudiese despejar la Quinta Avenida de un plumazo y mantenerla así para el gusto de sus pequeñas criaturas. Pero, como leyó él mismo en algún libro, poder no es querer, o querer no es poder o alguna chorrada de esas. Era la forma bonita de decir que Noah no se preocuparía por ofrecer ese favor ni a cualquier persona ni en cualquier momento. Podría ser el capricho, podría ser la indiferencia, qué más daba, si nada de eso importaba en aquel momento.
Pero aquel instante entre tarde y mediodía, sin querer aclararse por pura cobardía, las aceras estaban llenas. El asfalto, abarrotado. Cuerpos colisionando contra cuerpos, robos y trapicheo ilegal de oxígeno, mareas de suelas de goma y, como invitado especial, un frío cortante que agrietaba hasta los huesos y quebraba las sonrisas. Y, entonces, Cayenne corría. Nadie sabía exactamente cómo lo hacía, pero Cayenne corría como una centella, sin aliento, casi sin razón, pero seguía corriendo. De lo que pocos se habían percatado es de que también lloraba, de su pelo recién cortado con unas tijeras de cocina, de sus ojeras hasta los tobillos que la hacían parecer un panda. Le faltaba el vestido rasgado de princesa, pero en su armario de heroína
Aunque quizá también fuese cierto que Noah tenía debilidad por las cosas que no importaban.
[...]
[...]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Te dejas caer?
(Has de saber que tus comentarios no serán censurados, lo que pasa es que de esa forma me entero de que tengo comentarios. Nunca ha sido eliminado ninguno, así que no te preocupes, la moderación solo sirve para que mi cabeza despistada no se pierda nada.)