Un vendaval sacudía las paredes sin piedad, agrietándolas, agrientándonos. El frío nos quebraba, casi nos hacía explotar desde los huesos.
La mirada fija, las manos temblando. Literalmente podríamos haber tallado esculturas en el aire con una cuchara.
Desde que había comenzado todo aquel asunto, todos los días habían sido igual. Desde que apareciste y te esfumaste nada había variado. El mismo frío, la misma lluvia, el mismo septiembre. Todas las cartas que escribía eran iguales. ¿No lo ves?
Melanie me miraba. Yo me culpaba. Stella me culpaba. Kitty y Ben peleaban. Stradivari soñaba.
Si los habré nombrado ya trescientas veces y nada habrá variado.
Pero esa tarde recuerdo haberlo sentido más que nunca. La ciudad seguía con su vida, pero nosotros nos detuvimos en el tiempo y la fricción nos hacía rompernos los huesos y nos obligaba a no olvidar.
Creo que ya es suficiente. Tanta primera persona, tanta autocompasión, tanta culpa, tanto hablar de ti.
Cada vez las palabras más cortas, cada vez más papel.
Entonces no escribía. Ya no escribo. Y es por ti, James, amigo.
Siempre igual.
Qué bueno
ResponderEliminarUn beso