Primero y antes de nada: no fue culpa mía.
No, en serio, no fui yo quien la lió ni quien mandó llamar a la señorita Esto-lo-arreglo-yo-con-un-par-de-tiros-y-a-casa.
¿Vale? Las cosas claras.
Si es que yo soy un hombre de gustos simples y palabras sencillas, ¡hasta vivo en un ático! ¡Cómo en las películas! Dame un martini y te llamaré cariño, dame un buen libro y te amaré de por vida.
Puede ser que incluso sea un poco filósofo, pero, por favor, ser un pupilo de Nietzsche no hace que venga una tía armada a llamar a tu puerta como si tal cosa. Si la viéseis...
Entró con esos andares de reina del universo y el más allá y apenas metro y medio de altura. De acuerdo, labios muy rojos, ojos grandes y cara bonita. Pero eso no es excusa para tomarse la libertad de conquistar mi salón como si nada. Hasta tenía el pelo negro, tal y como le gustan a Nero. Porque, eso sí, desde el principio super que el asunto era cosa suya.
Volviendo a ella: ¡pero qué pintas llevaba!
Parecía salida de una novela policiaca, pero con menos clase y más carisma. Si yo estaba en lo cierto, tal vez mi hermano se tomó muy en serio la broma de que se montase su propia mafia si le venía en gana.
Ah, pero no hubo bromas cuando la princesita me miró y supe que mis problemas acababan de empezar.
Porque cuando Sybill te miraba, ni te enamorabas perdidamente ni te echabas a temblar cual pajarillo.
No, cuando sus ojos grises se clavaban en ti, significaba que todos los problemas estaban a punto de comenzar. Y, amigos míos, creo que esa fue la primera de la larga e interminable lista de ocasiones en las que pensé que me vendría mejor estar muerto.
Espero que no te importe que comparta tu blog con algunos amigos. Nadie importante, desde luego, pero sí gente que paladea la buena literatura. Algo así como delectadores pobres a los que les gusta saborear, desde lejos, la buena comida.
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