{ Dicen que cada molécula de nuestro cuerpo perteneció alguna vez a una estrella. Quizá no me esté yendo. Quizá este volviendo a casa. }

Gattaca.

Aunque esta vez si no respiro es por no ahogarme



11.7.11

Ganas de explotar (como Jimmy, él siempre está ahí)

Kitty quería quedarse, lo sabíamos, pero también quería irse, como todos nosotros. Y, para mi desgracia, la comprendía. Ben, como siempre, sabía más de lo que pensábamos pero tampoco estaba muy seguro. Pero Stella... Stella lo tenía claro. Iba a huir en el coche rosa, a coger a todos los que habían hecho de nuestra vida un infierno, a quemar el mundo. Yo también.

Así que huimos, huimos lejos.

Salimos de las calles a trompicones, esquivando el deterioro de los edificios, el destrozo de las casas. Llegado al punto crítico, al puente, Stella apretó el acelerador y, como estando en una nube, olvidando por un momento todos los sucesos, pasamos. La carretera de salida se abría ante nosotros, y Kitty puso en marcha la radio en un autorreflejo. Nos sobresaltamos al escuchar una canción de blues sonando del pequeño aparato soldado al tablero de control del coche. ¿De donde salía esto, si más de medio país estaba en llamas? Pero, como en las pelis, tal como decía Stella, todo tenía que complicarse cuando mejor van las cosas.

No escuchamos los aviones militares.

No escuchamos los pasos de los soldados. No hasta tenerlos de narices bloqueando la carretera. Lanzaron una granada, no lo suficientemente lejos para hacernos volar por los aires, pero sí para hacer que Kitty cayera del coche. Se enganchó con una de las correas del capó del descapotable. Ben nos advirtió de los aviones que se disponían a soltar la metralla sobre la ciudad.

—¡Para!— le grité a Stella mientras intentaba soltar a Kitty— ¡Por dios, joder, para, Stella, para!

Veía los ojos de pánico de Kitty, el cuerpo del la cual era arrastrado por tierra como el de un vulgar títere, como Ben también intentaba ayudarla y encontraba entre los asientos de atrás un revólver. No sabía cómo, pero allí estaba, entre sus manos. Lo arranqué de sus manos, desesperado, y abrí la recámara, comprobando que había tres balas y pólvora suficiente para una. Y Stella no paraba, ella seguía acelerando y acelerando con intención de llevarse por delante la barrera de soldados. Quise creer que no me escuchaba. Salté al asiento del copiloto, mientras Ben se ocupaba de Kitty. Pero Stella no paraba. Le sacudí los hombros, dándome cuenta que ya no estaba consciente, puesto que se había golpeado la cabeza contra el volante con el salto de la granada.

—¡Mierda!— le quité el pie del acelerador, pero ya era tarde. Kitty cayó. Ben saltó. Yo cogí a Stella, y también salté, pero al tocar tierra ella ya no estaba entre mis brazos.

El coche se dirigía contra los soldados, y la única idea, esta idea que nos salvaría y que los mataría, hizo clic en mi mente. Disparé al depósito de gasóleo del Cadillac, y éste estalló justamente al llegar a los hombres. Volaron por los aires. La ciudad también voló por los aires gracias a las bombas de los aviones. Y Stella voló por los aires.

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