{ Dicen que cada molécula de nuestro cuerpo perteneció alguna vez a una estrella. Quizá no me esté yendo. Quizá este volviendo a casa. }

Gattaca.

Aunque esta vez si no respiro es por no ahogarme



5.2.11

Porque Venecia tenía nombre de ciudad

Stella me alcanzó cuando crucé la última esquina de la avenida. Una  mueca de irritación crispó mi rostro y, con la mirada todavía fija en los entretenidos adoquines desconchadas, escuché por primera vez su voz desde el funeral. Todavía sonaba desgarrada, rota. Pero segura como siempre.

-Crees que esto está bien, ¿verdad?
-Oh, Stella, cierra la boca. -le espeté. No tenía intención de herirla, solamente llevaba el cansancio a cuestas.
-De acuerdo, Lawrence, yo no pienso meterme más en esto.

Alcé la mirada, contemplando el contraste de sombras con los destellos que derramaba una enfermiza farola sombre sus cabellos. No hizo falta que clavase los ojos en mí para arrancarme un estremecimiento. Incluso antes de que sus labios se separasen, ya había escuchado lo que quería decir.

-Maldita sea, despierta de una vez. Hace justo dos meses que murió Jimmy...
-Lo sé, vengo de llevarle el mechero- dije despreocupadamente, jugueteando con los botones del pantalón.
-¿Quieres seguir ocultándole a todo el mundo que se pegó un tiro? ¿Qué estiró la pata?-continuó ella, haciendo oídos sordos a mi comentario -Allá tú.

Hollie. Chris. Gabriella. Las palabras de Stella me hizo recordar a todos ellos, desconocidos, amigos, compañeros. Sus miradas al descubrir algo que yo había intentado de manera infantil guardarme para mí.

-Muy bien. Vamos a hablar con Stravivari, a ver que tal le va. Acabemos cuanto antes con esto. Tal vez después decida ir a hacerle compañía a St. Jimmy.
-Cállate. Ella es la primera con la que deberíamos haber hablado, Lawrence, lo sabes. -echó a caminar sin mirar atrás hacia un solar con varias casas. Solo una de ellas estaba iluminada todavía, y a través de las ventanas de podían distinguir las siluetas de dos jóvenes.
Me tapé más con la bufanda y noté como mi amiga se abrochaba el abrigo. Conforme nos acercábamos al portal, el frío era mayor, como un mal presagio.

Y el que estaba realmente acojonado era yo. Stella y servidor nos quedamos parados frente a una puerta de la que colgaba un buzón con los nombres algo borrados. Todavía se podían leer cada una de las letras de Annelisse Summers. En otra ocasión me habría reido de la locura de Stradivari y su afán de cambiarse el nombre, pero ese no era el momento.
Ambos nos encontrábamos en tensión, sin atrevernos a llamar. ¿Como se tomaría la chica que estaba al otro lado de la descolorida puerta que Ben, Kitty, Stella y yo habíamos sido la causa de la muerte de James? Es más, ¿como se tomaría que había muerto?
Aunque que lo peor era que no habían sido los demás los que se lo habían cargado, sino yo. O eso dijo Melanie. Esperaba que no estuviese en lo cierto, porque si no Stradivari lo sabría por adelantado.

Unas voces que provenían del interior de la casa nos hicieron reaccionar. Casi sin darnos cuenta, los dos estábamos enseguida delante de una ventana, escondidos sin mala intención.
Dentro de la vivienda, pudimos distinguir a Stradivari, sentada en una silla de aspecto endeble y con el largo cabello castaño cayendo sobre su espalda y hombros. Solo vestía un sencillo camisón.
En frente de ella había un joven bien abrigado. Miré a Stella, en busca de alguna reacción, pero ella sabía tan poco como yo.

-...no llores -decía el chaval. Se agachó frente a la chica, igualando sus miradas.
-Lo siento. Lo siento muchísimo-. susurró ella.
-No es culpa tuya, aunque te empeñes en decir lo contrario. Nunca podrías haber evitado que muriese Jimmy. Lo llevaba escrito en la frente- continuó él. Discrepé de su consuelo, pero luego pensé en que ese tipo de cosas eran las que le gustaba oir a Stradivari.
-Ya sé que no fue culpa mía- su voz sonó ahora más firme. Alzó la cabeza-. Fue culpa de Lawrence- un escalofrío me recorrió de arriba a abajo y mis ojos se encontraron con los de una alarmada Stella-. Pero no le culpo, él no quería. Es más, a lo mejor no se ha dado cuenta ¿sabes?
-No te preocupes.
-Venecia...-susurró. Stella y yo aguantamos la respiración.
-Dime.
-¿Sabías que tienes nombre de ciudad? Sí, Venecia- esbozó una pequeña sonrisa.
-¿Nombre de ciudad? No digas tonterías, Stradivari- él también sonrió, limpiando con el pulgar las lágrimas del rostro de la joven.
-Sí. Lo leí un libro- insistió ella, convencida.

Poco a poco me fui alejando de la ventana. Stella hizo lo mismo.
Allí no pintábamos nada, todos sabían lo que tenían que saber, y nada más. Entonces todo daba igual.

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