{ Dicen que cada molécula de nuestro cuerpo perteneció alguna vez a una estrella. Quizá no me esté yendo. Quizá este volviendo a casa. }

Gattaca.

Aunque esta vez si no respiro es por no ahogarme



13.11.10

St. Jimmy

Stella fue la primera en hablar. No lo quería hacer nadie, todos lo sabíamos, pero alguien debía dar ese paso. El vaho se arremolinó en torno a sus mejillas rosadas. Si la hubieses visto, enmarcada por una maraña de bucles rubios que delataban varios días sin dormir y el maquillaje corrido por toda la cara, a causa de las lágrimas que le hiciste soltar. Ella, que siempre fue fuerte, se derrumbó ante ti. Las palabras no le salían.

Nos mordimos el labio inferior a coro, como si fuese el inicio de un ritual de animadoras en segundo curso de secundaria. Incluso nuestra sangre se puso de acuerdo para brotar. Bueno, en realidad ya la habíamos derramado toda o, mejor dicho, tú la habías derramado sobre nosotros.
A pesar de lo que Stella dijo (o de lo que no dijese), sabía que no servía de nada. Kitty intentó levantarla del suelo, pero ambas cayeron sobre las hojas otoñales. Y ahí estábamos Ben y yo, mirándolas fijamente, mientras pensábamos mil y una formas de no joder la situación diciendo algo, lo que fuese.

Te nos fuiste con la cabeza bien alta ¿eh, Jimmy? No dudaste ni un momento en que tú eras el héroe. Joder, y encima tenías razón, eras el héroe cabrón de película barata. Y no pudiste hacer otra cosa que esfumarte.
Muchas habían sido las veces que había lamentado la muerte de alguien, pero precisamente tú...
Te odiábamos por eso. Y encima tu sonrisa estúpida permaneció con nosotros. En realidad nunca nos dejaste tranquilos.
Nos sobresaltó un golpe seco, y todo quedó en silencio. Ben, con la cabeza gacha, le había asestado un puñetazo a la recién esculpida lápida. Kitty sollozó. Stella le gritó a Ben. Yo me quedé en silencio. Tú te reiste de nosotros.

Siempre tuviste el corazón lleno de clavos ¿me equivoco? Melanie ya nos lo contó. Nos dijo lo que queríamos oir, nos dijo lo que no queríamos creer.

El cielo gruñó. Al final te habías conseguido un hueco ahí arriba ¿eh? ¿Engañaste al del portón dorado para que de dejase entar?


Mira, santo, te mataría por lo que hiciste, por desaparecer. Bueno, lo haría si no te hubieses volado los sesos, claro está. Había que dejar tranquilos a los suicidas (aunque lo cierto es que ya te habías suicidado un poco cuando nos conocimos). Eso también nos lo enseñó Melanie.
Nos dijo que soñabas con lanzarte desde los acantilados, que eras un tío enfurecido con el mundo y un imbécil que se rebelaba por nada. También nos dijo que te iban los chicles de regaliz, en ron con tónica y que me querías. Y de todo eso no nos dijiste nada.
Supimos más de ti en tu ausencia que en vida. Suele pasar.

Ellas se giraron con expresión firme y falsa, Ben y yo hicimos lo mismo y echamos a andar. Al fondo se desdibujaba tu ataúd. Sobre él un disco rayado, un paquete de cigarrillos y un par de botellas de alcohol.

2 comentarios:

  1. Enhorabuena Laura, me ha gustado mucho ( aunque todo lo que escribes me gusta mucho, ya lo sabes), me gusta mucho el blog, enhorabuena. :)

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