A veces solamente era un corte bajo el pómulo. Solía
extenderse normalmente también a las costillas, pero casi nunca dejaba que le
alcanzasen. Las cejas se las había partido tantas veces que necesitaba un
historial. Los labios dependían del estado de ánimo de contrincante. De la
bestia. A veces había ido un poco más allá. El navajazo en el costado había
sido duro. El golpe en el tobillo, no tanto, pero a veces lo escuchaba crujir
todavía.
A él le gustaban las clavículas. Las costillas chasqueaban
bien. Las rodillas eran rápidas. Y a sus nudillos les tenía un aprecio
especial, que trasladaba fácilmente a los huesos de los demás con una rapidez
animal. A eso se reducía todo cuando caía sobre el asfalto. A no pensar, a
sacar las garras y desequilibrar, desorientar, golpear en el punto justo y
abajo.
A funcionar por descargas eléctricas.
No sería más que un par de huesos mal colocados sin sus
cicatrices, sin sus madrugadas de coserse los arañazos a duras penas y vendarse
los pedazos que se le escapaban de la cabeza, sin sus malos sueños y sus
pesadillas un poco menos negras, un poco más polvorientas.
Aunque en realidad no era más que eso. Huesos rotos, rabia
comprimida, descargas eléctricas, un par de venganzas en el bolsillo trasero
del pantalón y la promesa de saltarte los dientes en los nudillos vendados.
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